El anciano no es un fósil

Dr. Thomas P. Owens
Artículo publicado originalmente en la Revista Lotería, No. 220, año 1974

“Los primeros veinte años de vida de la mujer son extraordinariamente fecundos. Es entonces cuando descubre el mundo… Más o menos a los veinte, convertida en una ama de casa, con un niño en brazos, ha terminado virtualmente su vida”.
Simone De Beauvoir
“El segundo Sexo”

La actitud fatalista existencialista sienta las pautas no raramente seguidas por grandes sectores de la sociedad actual. Se dice que “todos vamos a llegar a viejos”, que éste es un mal necesario, que no podemos soslayar esta realidad, que debemos prepararnos para esta contingencia y que es imprescindible legislar y organizar para proteger al anciano. En este sentido, la civilización occidental dice una cosa y practica otra. Todos ven esta realidad, pero muchos no se atreven a enfrentarse a ella; los gobiernos se entusiasman con la juventud por ser el futuro de la Patria, pero la vejez se deja de lado.

“El mundo es de los jóvenes” decimos hasta que ya no somos más jóvenes y entonces ya no tenemos el vigor y la pujanza para luchar por un mejoramiento de las condiciones de nuestra “juventud de la vejez”.

Una de las grandes fallas de la civilización occidental es la de menospreciar la senectud. Toda orientación social, laboral y médica se dirige hacia el joven: se trata de preparar al joven para la vida, mientras debemos prepararnos para la vejez y la muerte. Se jubila súbitamente al hombre y parece desechársele como inservible; cada día le es más difícil al viejo conseguir un empleo. La misma palabra “vieja” es degradante y se usa como insulto.

Muy poco se ha hecho por fomentar la organización de unidades y facilidades para ancianos; incluso en países adelantados en el campo médico, como los Estados Unidos, la geriatría y la gerontología son especialidades de segundo orden.

No es sino hasta recientemente que se vislumbran campañas para analizar detenidamente esta rama de la biología que estudia el envejecimiento, la gerontología, y la rama de la medicina que se dedica al cuidado de la senectud, la geriatría. Pero el interés por la vejez es un quehacer milenario. Cicerón fue uno de los zapadores en estos menesteres con su diálogo filosófico: “Sobre la Vejez”.

Leonardo Da Vinci comprendió la vejez y se dedicó a estudiarla y aparentemente describió la arterioesclerosis como la conocemos hoy. Tenon, en 1813, escribió sobre cómo prolongar la vida y discutió sus problemas del envejecimiento como eran sus calambres de los miembros inferiores. En el año de 1842, Lejoncourt, en su Galerie des Centenaires da a conocer sus casos célebres de vejez, particularmente el de Thomas Parck, quien se dice vivió 152 años y se casó a los 120, consumó su matrimonio hasta los 130 y trabajó en el campo hasta esa edad. Esta obra es de las falacias de la senectud, la falsedad y el fraude en relación con la edad, pues según una fuente seria, la de Guiness, el caso documentado de mayor edad fue el de Pierre Joubert, zapatero franco-canadiense quien alcanzó a vivir 113 años y 124 días.

A mediados del siglo pasado, Glourens publica su obra clásica sobre el envejecimiento y enfoca la senectud desde el aspecto físico y el aspecto moral. Para él, existe una “primera vejez” que se inicia a los 70 años y una “segunda vejez” a los 85 años. Después, tuvimos los albores de la investigación científica seria sobre el envejecimiento, con Claude Bernard y Brown-Sequard. Luego Metchnikoff preconiza el uso de la leche búlgara y Gueniot hace el mayor énfasis sobre la mejor oxigenación como la clave para alcanzar la vida prolongada.

No es sino hasta 1966 cuando aparecen estudios serios sobre la sexualidad en el anciano por Masters y Johnson, quienes rompen algunos mitos y aclaran finalmente muchas interrogantes.

Pero a pesar de todos los progresos y a pesar de que cada día habrá más viejos, poco se conoce sobre la senectud, poco se sabe sobre el proceso de envejecimiento y poco se hace por mejorar la condición de los ancianos. Adviertan, no más, el exuberante número de textos y folletones sobre el niño, su anatomía y fisiología, su crecimiento y desarrollo. ¿Dónde está la anatomía del viejo, las fisiologías de la ancianidad, la involución de la persona humana?

Desgraciadamente, muchas veces el médico es el último en apreciar las vicisitudes de la vejez. Desde la escuela de medicina se orienta la educación hacia la enfermedad dramática, los problemas de orden materno-infantil, los trastornos esotéricos y se pasa por alto la geriatría. El médico joven entonces enfoca al viejo enfermo como un estorbo, un mal sin remedio, un “fósil” que ocupa por tiempo prolongado una cama de hospital, el cual le reduce al servicio de medicina su calificación en el tan importante acápite de desalojo de pacientes.

Kem define la vejez como la suma acumulativa de cambios involutivos y deterioro en la estructura y función, sutiles y mínimos en un principio, cuando sólo pueden ser reconocidos por el observador adiestrado, pero eventualmente tan acentuados que podrán ser reconocidos por todos.

Goldstein define al envejecimiento como esa progresiva y desfavorable pérdida de adaptación, descenso en las posibilidades de una vida prolongada con el pasar del tiempo, lo cual se expresa en medidas como una vitalidad disminuida y un aumento en la vulnerabilidad a las fuerzas normales de mortalidad.

Realmente este envejecimiento se realiza desde la etapa embrionaria. Estructuras como los vasos del cordón umbilical se atrofian en forma similar a lo visto en la senectud, luego viene la atrofia del tejido tímico en la infancia, el linfático en la juventud, el folículo piloso y las gónadas en distintas épocas del desarrollo del hombre. Entonces, podemos decir, ¿nos hacemos viejos desde antes de nacer? Hasta cierto punto es así, pero entonces el especialista en geriatría tendría demasiado trabajo.

Evans sugiere que la geriatría debe encargarse de los cuidados del sujeto después de los 75 años, porque la mayor parte de las admisiones a un hospital antes de esa edad serían a otros servicios, e indica que los cuidados geriátricos deben iniciarse cuando es probable que el enfermo no volverá a llevar una vida totalmente independiente. Realmente no podemos puntualizar una edad cronológica de inicio de la senectud pues es más bien algo del orden de la edad emotiva, fisiológica, la herencia y las enfermedades que se sufren.

Los cambios físicos y biológicos experimentados en el envejecimiento se estudian con ahínco; en algunos casos raros se advierten en gente muy joven, como en los que padecen progeria o el síndrome de Werner, en otros, se notan a muy avanzada edad. Los cambios suelen ser los mismos y siguen una progresión típica; los más notorios son los estructurales, los de atrofia y reemplazo del parénquima o tejido noble por fibroso. Esto trae consigo el daño en los tegumentos, con la mayor labilidad al frío, al calor y al jabón, la menor elasticidad de los órganos, la menos capacidad de intercambio gaseoso a nivel pulmonar, el menor tono muscular intestinal, la pérdida de la dentadura, la reducción del jugo gástrico con la consiguiente peor digestión, los cambios hormonales de diversa índole y posteriormente, el deterioro cerebral con cambios mentales, peor memoria, más fatigabilidad, prolongando tiempo de reacción y mayor irritabilidad.

Pero quizás el meollo del problema de la senectud es la compresión del problema emotivo, la realidad psíquica y el trastorno social y económico. Es preciso interesar al médico general y de familia en la geriatría y al mismo geriatra prepararlo para encarar en la forma más humana la problemática psiquiátrica del viejo. El médico que estudia ancianos debe aprender la cronología de los cambios evolutivos los mismo que el pediatra estudia su crecimiento y desarrollo. No hay nada más categórico que los problemas emotivos de la vejez. El “stress” de Selye ha dejado su huella, pero también se ha dicho que si no hubiese crisis que resistir todavía seríamos moluscos.

El hombre parece tener algunas necesidades básicas y éstas son:

1. Vivir
2. Estatus, o el mantener cierto nivel social y recibir el aprecio de los demás
3. Variedad, o sea el seguir una vida que no sea monótona ni rutinaria
4. Amor, o sea el recibir y dar afecto, compresión, cariño.

El anciano posee estas mismas necesidades fundamentales del hombre, pero se encuentra en la etapa más difícil para conseguirlas; pierde su empleo y pierde su estatus, pierde a muchos de sus amigos y seres queridos y Kem dice esta pérdida puede ser peor en el rico, pues al pobre lo acompaña su pobreza, pierde sus condiciones físicas, a veces su audición y visión y palpa su deterioro mental.

La jubilación forzosa es criticable y es en muchos casos el eslabón brutal en el deterioro del anciano. Un gran avance en la maduración del hombre fue el realizar que el trabajo era satisfacción y contento. Al jubilarse un día tiene un ciento por ciento de trabajo y al día siguiente cero. En muchos casos el solo mencionar la palabra jubilación nos trae como sinonimia la palabra vejez. El retiro puede ser considerado por muchos como una violación de su derecho de ser miembro contribuyente total de la sociedad y este es un paso trágico para quien ha dedicado una vida a perfeccionase en solo un oficio y conoce poco más. Nos olvidamos a veces que cada vez habrá más ancianos quienes con su sabiduría dan valiosos aportes al mundo actual.

Miguel Angel y Ticiano fueron ancianos prodigiosos; Churchill, Eleanor Roosevelt, H. Truman y C. Adenauer dirigirían destinos a edades avanzadas; Picasso, Casals, Toscanini, Gide, Frost y Dudley-White mostraron todo su genio en una vejez productiva.

Mucho más grave se torna la situación para el anciano que se acerca al fin de sus días. Los cuidados terminales, el “terminal care” se inician cuando los expendedores de cuidados médicos nos buscan ya la curación sino el preservar la vida, aliviar las molestias y el dolor cuanto más tiempo sea posible. Nuestra sociedad, dice Schoenberg, es una sociedad negadora de la muerte; el hablar de la muerte es un tema escabroso y tabú y existe una conspiración del silencio, de retraimiento y de temor en torno a ella. Cuando el anciano alcanza esta etapa, se establece una muerte psicosocial prematura, llena de amargura, cuando este proceso de morir debe ser una fase dinámica de la vida, asociada a la aflicción pero también a la gratificación (nos recuerda a la obra cinematográfica Soylent Verde).

Al médico le es muy difícil superar esta etapa; poder decirle a los familiares que el fin del anciano querido se aproxima es un arte. Debe abordarse con candor y nunca estimar la duración de la agonía.

La preparación para la vejez debe ser labor de toda la vida. Este ha sido uno de los fracasos de la educación contemporánea. Uno de los rasgos primordiales de la educación debe ser el enseñar cómo pensar y cómo estudiar y promover estos quehaceres pero nos enseñan hechos y datos. El sujeto que no estudia es viejo aunque tenga 25 años. Todavía más vital es moldear la personalidad de los jóvenes para que alcancen mayor salud mental, para formar personalidades más recias y completas, preparadas para encarar las realidades de la senectud.

Es preciso fomentar la afición a pasatiempos o “hobbies” desde la infancia y cultivarlos toda una vida. Estas aficiones deben tener ciertas características: en primer lugar, debe existir más de una, si es posible dos o más, alguna debe ser aislante y para practicar en la soledad, otras para practicar en conjunto, en sociedad; una puede ser lo suficientemente englobadora como para que pueda sustituir al oficio o la profesión en cualquier momento y quizá pueda servirle como fuente de ingresos.

Por regla general, posee mayor salud mental quien se interesa en múltiples actividades. ¿No vemos mayor depresión en la mujer que en el hombre? Al hombre lo vemos con más libertades, más quehaceres, más aficiones, más interesado en la problemática internacional, política y cultura y deporte cosas que le drenan energías y le crean inquietudes. ¡Y cuánto más importante es la actividad hecha por uno mismo, no la simple diversión pasiva como la televisión, o la asistencia a un juego de pelota! Debemos fomentar la ergoterapéutica, entusiasmar al anciano en practicar un deporte, en hacer algo de música, en pintar o en escribir. ¡Cuánto más goza del vivir quien disfruta al admirar un Cezanne, y al mismo tiempo se dedica a pintar su sala con brocha gorda! Cuánto más salud tendrá quien se enternece con una balada moderna y lo mismo con Brahms, quien lee los diarios y las cómicas lo mismo que a Borges, Neruda o Asturias.

También debe practicar el anciano alguna actividad que comparte el joven. En nuestro medio hay un abismo entre los quehaceres del joven y del viejo; y muchas personas se sienten envejecer desde jóvenes como lo hace con mucha frecuencia la mujer quien ha tenido a sus hijos, cuando ha perdido su marido, cuando percibe sus primeras canas, cuando alcanza el climaterio. No hay razón médica ni psicológica para que se circunscriban algunas actividades al joven y debemos aprender de otros países en donde el anciano tiene sus bailes, sus paseos, sus deportes, su vida social activa, su bicicleta, en la gama de inquietudes de su medio, una participación vital pero no competitiva.

En el anciano debe estimularse la actividad social y la camaradería. La persona humana es un ente social; si existe la pareja deben permanecer juntos, si viven parientes deben mantener un vínculo con ellos pero siempre tratar de conservar la independencia y la individualidad del viejo, pedirles su consejo y su orientación, darles afecto, sugerirles quehaceres y hacer que se sientan valiosos.

Para el anciano la moderación en todo es aconsejable. Se han recomendados dietas y hábitos higiénicos múltiples y cada especialista preconiza lo suyo. Se ha dicho que los tres peores riesgos del anciano son: una buena cocinera, mucho vino y una mu.jer joven ¡Pero cuántas excepciones hay a la regla! Hay que recordar que B. Franklin dijo: “uno ve más borrachos viejos que médicos viejos”.

Se ha recomendado la siesta como un medio de reposar para el anciano, particularmente en los climas difíciles, pero este corto repos no debe interferir con el sueño más reparador de las horas vespertinas. Las vacaciones deben existir a toda edad, aunque haya jubilación, para interrumpir la monotonía, ver caras nuevas y cosas nuevas, fomentar la variedad; estas vacaciones deben ser de unas dos semanas dos veces por año y nunca deben significar períodos de ocio sino un cambio radical con quehaceres placenteros y provechosos.

La dieta en el senecto se ha discutido mucho. Hay las “modas!” en la dieta y cada día aparecen nuevas concepciones. Entre las generalidades que parecen confirmadas tenemos el hecho de que el alimento escaso es mejor que el excesivo y que el ser un omnívoro es mejor que la dieta vegetariana. Tiende a reconocerse que al entorpecerse la función digestiva, debe buscarse una dieta balanceada, de fácil digestión, con alimentación a horario fijo, si es posible con más de tres comidas al día a base de alimentos suaves. Íntegros no excesivamente ásperos y difíciles de masticar. La dieta baja en colesterina, grasas saturadas y sin exceso de glúcidos y harinas debe ser hábito de toda la vida y no tiene sentido imponerle estas restricciones al anciano arteriosclerótico. El educador debe tener un mismo afán en imponer el hábito de la buena alimentación, el control del etilismo y tabaquismo a todas las edades, no a una edad avanzada cuando son escasos los placeres que puede disfrutar el sujeto. El aumento ponderal en la mujer postmenopáusica en nuestro medio requiere un estudio serio y aquí también debe insistirse en estimular a la mujer joven en los hábitos adecuados, no dejarlo para cuando es muy tarde.

La invalidez en el anciano es una de las vicisitudes que más lo agobian y es causante de muchas de las tan frecuentes depresiones de esta etapa de la vida, lo que se llamó melancolía evolutiva. Debemos partir del hecho real de que todos tenemos algo de invalidez y ésta es progresiva, solamente hay diferencias de grado. Un atleta de 20 años de edad alcanza el décimo piso de un edificio por las escaleras sin problema; un médico de 30 años de edad lo hará con dificultad; a los 40 años, desfallece al tratarlo; mucho menos podrá si se trata de correr la milla o saltar con la pértiga o correr en el velódromo. Entonces este es in “inválido” relativo, en comparación con el atleta bien adiestrado.

Debe así inculcarse a todos que cierto grado de invalidez es normal en todos, la diferencia es relativa y de grado. Si se sufre una paresia ésta debe considerarse como un grado más de invalidez y debe aprender a encararla con ecuanimidad. Recordemos que L. Pasteur sufrió su hemiplejía a los 46 años y después de la vacuna antirrábica y buena parte de su obra.

Hay que rehabilitar al anciano y hacerlo física y moralmente. Quizá sería muy recomendable que parte de este trabajo lo hiciesen ancianos alegres y activos o ancianos que se han rehabilitado. Aquí tendríamos otra función vital para los jubilados de edad.

Es preciso que se cambie radicalmente la actitud que palpamos frecuentemente en el médico joven. El nuevo médico debe entusiasmarse en este campo pues tiene que participar en toda esta modificación de las actividades del sujeto hacia la senectud. El médico debe interesarse por una historia clínica adecuada y debemos recordar que cuanto más larga ha sido la vida del enfermo más larga será la historia clínica y más detallado debe ser el examen clínico. El anciano, se dice, tiene muchos rasgos de niño, percibe un gesto altanero, un ademán de desprecio, rehúye el exceso de confianza de parte del médico, necesita un trato tranquilo, casual y comprensivo.

La problemática del anciano en nuestro país es similar a la de nuestros vecinos. El sujeto no es preparado para la vejez, la invalidez y la muerte, se le jubila abruptamente y se encuentra en serias condiciones económicas al sucederle esto. Los asilos son insuficientes y no presentan un ambiente hóspito sino de amargura. No hay centros de recreo ni organizaciones que promuevan las actividades positivas para el senecto. No se vislumbra ningún movimiento educativo ni de promoción para una mejor orientación de todos hacia la senectud. Tres geriatras en todo el país se encargan de velar por ancianos dentro de una sola institución en la ciudad capital. Cada día se abulta más el número de jubilados, de inválidos seniles y de casos problema de abandono y de pobreza en los seniles.

Sea esta una voz de alarma más para que reflexionen los que tienen el poder de cambiar los destinos en nuestros países pobres.

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