La Historia Patria no puede fundamentarse ni en la ignorancia ni en el resentimiento.
Rodrigo Miró
Por Dr. Thomas Owens
Al arribar los conquistadores a tierra firme se encontraron, en el Istmo, con innumerables tribus indígenas; se dice que más de sesenta, con grados diferentes de desarrollo y con experiencias distintas de adelanto social, humano y de higiene. Se encontraron con múltiples poblaciones indígenas en rancherías en los márgenes de los ríos y en tierras montañosas y en cada uno de estos asientos de población se distinguían a) un cacique o persona principal de primera clase, b) un nele o chamán que era el médico y c) el Camoturo o tocador de flauta.
Los neles estudiaban las propiedades medicinales de las plantas, pero siempre en todas sus intervenciones incluían el componente de hechicería e invocación de los espíritus.
Bartolomé de Amandarro, Gonzalo Femández de Oviedo, Juan Franco, Pascual de Andagoya, Lionel Wafer y ya más recientemente, Reina Torres de Araúz, presentaron amplias crónicas sobre la medicina indígena que nos explican la variadísima herbolaria manejada detalladamente por los nativos del Istmo.
Estos investigadores nos hablan de mezclas de ceremonias, rituales, de cánticos, de aspectos religiosos y mágicos dentro de la cultura médica y social indígena.
Adrián de Santo Tomás nos habló del uso del árbol de la vida o jagua para pintar a los niños a los seis meses del nacimiento, para prevenir mordidas de víboras, para la epilepsia o aquellos poseídos por demonios, para picazón, para fiebres recurrentes como la malaria y otros.
En 1504, Bartolomé, el hermano de Cristóbal Colón, observó por vez primera en Veraguas, al gran cacique Quibián masticar y aspirar el humo de hojas secas del tabaco. Esta planta sería llevada por los ingleses a Europa para causar uno de los más nefastos hábitos traídos de América. Podemos entonces aseverar que el origen del hábito de fumar llevado a Europa por los ingleses, tiene su inicio en la provincia de Veraguas de lstmo de Panamá.
Desde muy temprano los visitantes serían deslumbrados por los remedios indígenas. El cacao se mezclaba deliciosamente con otros alimentos y parecía regenerar el organismo pero, además, su aceite se usaba para sanar heridas. Los ciruelos y la leche que emanaba de la papaya verde también curaban las heridas. La leche de coco limpiaba impurezas; el jobo se usaba para remediar el cansancio, el guayacán se recomendaba para el mal de bubas, y la chicha de maíz para el mal de orina. Con los frijoles se hacían sabrosas comidas. Pero como detalló Oviedo, los brujos curanderos se empeñaban en extraer los males que padecían los enfermos mezclando su magia con hierbas de «múltiples propiedades curativas». Ellos eran muy celosos de sus secretos y con dificultad ofrecían aclaración de sus pócimas. Esta actitud reservada y mágica se ha perpetuado hasta nuestros días, en parte debido al hecho de que los indígenas actuales que alcanzan a menos del 10% de la población total del Istmo, se mantienen en áreas restringidas o en reservas.
Así, vemos que a diferencia de otros países vecinos, las prácticas indígenas han tenido poca incidencia en la medicina tradicional panameña.
Pedrarias Dávila
A principios del siglo XVI, Pedrarias Dávila incursionó en lo que hoy es Panamá, trayendo consigo a los primeros profesionales de la salud. Vino el maestre Antón, el maestre Atonso y el maestre Enrique; asimismo Juan Pérez y Hernando de Vega como cirujanos; el licenciado Rodrigo de Barreda y el bachiller Diego de Angula como médicos; Francisco de Cota como boticario; Ruy Diaz como lapidario y Francisco Farfán como sacamuelas.
Posterior a la fundación de Panamá, en 1519, se se trajo al cirujano Juan de Chiple y al boticario Pedro Cerberon, proveniente éste de Tortosa. Estos señores fueron el núcleo de la medicina occidental en el Istmo y permanecieron hasta la fundación de casas de salud u hospitales, como el de Santa María la Antigua del Darién, en el que se destacaron el médico Barreda y el boticario Francisco Cota.
En la nueva capital se fundó el Hospital de San Sebastián al que se le llamaría en 1621 Hospital San Juan de Dios. A partir de 1670, los frailes hospitalarios que dirigían el Hospital San Sebastián de Portobelo, se encargarían del Hospital San Juan de Dios, en Natá de los Caballeros.
Sabemos que el Hospital San Juan de Dios sufrió el rigor de los incendios del ataque del pirata Henry Morgan, en 1671. Al fundarse la nueva ciudad de Panamá se crearon en esta ciudad dos hospitales: el San Juan de Dios, que ocupó una cuadra entera entre las calles 8 y 9 Y las avenidas B y Norte; ahora ocupada por la Escuela República de México y el Hospital Santo Tomás de Villanueva. Este último inicialmente fundado como hospicio para mujeres menesterosas el cual, en 1842, es trasladado a la calle B y avenida A del Chorrillo, en lo que hoy es el Cuartel de Bomberos y el Campo de Juegos de Plaza Amador.
Ya en el siglo XIX se conocieron médicos panameños prominentes. De esta época se destacó el Dr. Sebastián José López Ruiz (1741-1832), quien no solamente practicó la medicina clínica sino que fue activo socialmente y un investigador acucioso. Propuso que el cementerio situado al lado de la Catedral fuese trasladado a las afueras de la ciudad y descubrió una mina de petróleo en 1783 en Cáqueta. Su principal logro fue, no obstante, el descubrimiento del árbol de quina, en las cercanías de Bogotá, en 1774. Posteriormente, dedicaría el resto de su existencia a defender su hallazgo en contraposición a Mutis quien hizo lo mismo y fue su contemporáneo.
Hay informes que relatan las epidemias y enfermedades que afectaron a los habitantes del istmo en el siglo XIX. En el diario El Panameño, en 1852, se publicó un artículo sobre la epidemia de cólera que se desató en la capital, a raíz de la llegada de un grupo de pasajeros de tránsito procedentes de New Orleáns, Estados Unidos. Esta era la época de la «Fiebre del Oro» en California, cuando el Istmo se convirtiera en el paso obligado para alcanzar a como diera lugar la costa oeste de Norteamérica.
Fue la misma época de la construcción del ferrocarril transístmico, por una compañía norteamericana, que a pesar de numerosos esfuerzos, sufrió las adversidades de un ambiente insalubre, de pantanos, de clima caluroso y húmedo. Y lo que es peor, de importaciones de trabajadores extranjeros, particularmente chinos, que sufrieron el embate de las «fiebres» y trajeron otras enfermedades infecciosas al Istmo. De aquí se propagó la leyenda de, que bajo cada durmiente del ferrocarril había un chino sepultado, cuando realmente, un importante número de éstos se suicidaron y los otros fueron enviados a su país de origen. El suicidio de los chinos fue uno de los fenómenos más peculiares de aquella época y probablemente tuvo múltiples explicaciones, entre las que se ha conjeturado la depresión causada por la distancia insalvable de sus familiares, el cambio tan drástico en el ambiente, las comidas, totalmente distintas y lo insalubre del ambiente. Para muchos, las razas orientales eran incapaces de amoldarse a la situación tropical tan inhóspita.
El General José Domingo Espinar, conocido más como militar, fue médico prominente del siglo XIX. Fue el médico personal de Simón Bolívar y Director del Hospital San Juan de Dios de Panamá y atendió las distintas epidemias que se suscitaron en el Istmo, con recomendaciones como hervir el agua de consumo diario y extremar las medidas de higiene.
El Dr. Mateo lturralde fue faro de la medicina y de la política del siglo XIX. Fue él quien expresó la muy famosa frase• «Yo no vendo mi Patria». Iturralde estudió medicina en Quito y después prosiguió con estudios de derecho en Bogotá. Nunca dejó de practicar la medicina este mulato humilde del arrabal, que se destacó como miembro del Consejo Municipal de la Cámara Legislativa. Él fue Magistrado de la Corte, Senador de la República de Colombia y Procurador General. En 1869 publicó en la Estrella de Panamá un trabajo sobre el grave peligro que significaba para el arrabal santanero la epidemia de viruela. En conjunto con el Dr. Carlos De lcaza Arosemena, (otro médico ilustre) y otros profesionales de la medicina, fundaría en 1882 la primera Academia de Medicina de Panamá.
En 1870 el presidente de la Junta de Salud Pública de Panamá publicó las causas de muerte acaecidas en los hospitales del área:
Abscesos 3,
alcoholismo 18,
asma bronquial 1,
heridas por riñas 12,
apoplejía 14,
parto prematuro 4,
cáncer 8,
disentería 21,
envenenamientos y suicidios 4,
afecciones cardíacas 11,
fiebres malignas 21,
malaria 13,
picadura de vlbora 9,
tuberculosis 33
enfermedades venéreas 9.
Dos médicos extranjeros del siglo XIX dedicaron parte de su vida a Panamá. Estos fueron Emilio Le Breton y Wolfred Nelson.
Emilio Le Breton era inglés y en 1863 atribuyó las epidemias del Istmo a los inmigrantes:
«En esa mortalidad ninguna parte le correspondía a Panamá, pues todos sabemos que estas epidemias son el producto de la imprudencia y falta de higiene de los muchos viajeros que llegan en calidad de tránsito por el istmo».
Wolfred Nelson, médico canadiense, escribió su obra «Cinco Años en Panamá» en la que describe con gran acuciosidad las costumbres, la higiene y la salud en Panamá en este siglo. Nelson menciona que al inicio de la construcción del Canal Francés «los hospitales en el lado de Panamá constituyen los mejores y más completos sistemas hospitalarios que se hayan establecido, hay sesenta edificios con su costo de más de cuatro millones de dólares y el servicio que ofrecen es realmente admirable».
El trabajo de Nelson tiene mayor relevancia por el hecho de que se radicó en Panamá durante cinco largos años y estudió a profundidad el folklore y las costumbres de sus habitantes. Como médico, su profesión le ofreció la ventaja de comprender mucho mejor la situación de sanidad y de costumbres sanitarias del pueblo que fue su anfitrión durante un lustro.
Las órdenes religiosas, particularmente los jesuitas, se encargaron de atender a enfermos y a heridos; pero con la expulsión de éstos en 1767 la crisis hospitalaria se agudizó grandemente. No fue hasta finales del siglo XIX en que, por el entusiasmo del Conde De Lesseps, se crearon los verdaderos grandes hospitales en Panamá: el Hospital Central de Panamá, en el Cerro Ancón del lado Pacifico, inaugurado en 1882; y el Hospital de Colón, en el lado Atlántico.
El Hospital Central se denominó después de 1905 Hospital Ancón, conocido posteriormente como Hospital Gorgas.
En 1904 escribió Gorgas sobre el Hospital Ancón: «Está situado en forma estética en el costado sur y este del Cerro Ancón.
Los franceses al comenzar su construcción alrededor de 1882, gradearon el terreno de la manera más pintoresca y hermosa.
Toda clase de variedades de plantas tropicales fueron sembradas en los alrededores. Toda oportunidad para lograr que cada edificio tuviera el lugar más pintoresco fue aprovechada y más de 30 edificios de varias clases fueron distribuidos en un área grande, extendidos por los costados norte y este del Cerro Ancón. La capacidad máxima bajo los franceses fue de 700 camas. El hospital que ellos construyeron estaba bien atendido y equipado y era una institución mucho mejor que cualquier hospital de Estados Unidos que yo conozca manejada por una firma o corporación”.
Las salas del Hospital Ancón tenían 277 metros cuadrados para 24 camas, o sea unos 34 metros cúbicos por enfermo, Estas salas estaban cubiertas de cedazo, con aire fresco, paredes y pilares de madera y hasta residencia para el obispo. Las Hermanas de la Caridad de la Orden de San Vicente lo asistieron con gran cordialidad, dulzura y devoción. A ellas se les prohibía tomar el pulso a los pacientes, pero realizaban muchas funciones de tipo administrativo y de enfermería. También mantenían los jardines y la limpieza del área y se encargaban de los detalles de higiene como los platones con agua en cada pata de las camas para prevenir el ascenso de hormigas, pero que fueron caldo de cultivo para las larvas del mosquito. Para muchos, las muertes persistentes por fiebre amarilla y malaria se debieron a la extrema pulcritud que conllevaba el mantener cuidadosamente el nivel del agua de los platones de las camas del hospital.
El Hospital Ancón fue construido por los franceses a un costo de cinco millones seiscientos mil dólares, lo que le pareció a Gorgas una inversión extravagante, que excedía más de diez veces el costo real, pero esto fue lo usual en el canal francés. Para Gorgas, el costo real de estos hospitales era solamente de 400,000 dólares y la remodelación total que hicieron posteriormente los norteamericanos fue de 500,000 mil dólares.
Tres características bien definidas han incidido en el desarrollo del Istmo en cuestiones de higiene y salud. En primer lugar, la búsqueda del «estrecho dudoso» que debía comunicar el Mar del Norte con el Mar del Sur y la vía para un futuro canal; en segundo lugar el servir el istmo como punto obligante de tránsito para los buscadores de oro del Perú y California, y en tercer lugar la creación de centros de población urbanos en las áreas pantanosas del Atlántico y el Pacífico panameño, poblados por inmigrantes de toda índole.
El 29 de septiembre de 1513, Vasco Núñez de Balboa cruzó el Istmo y alcanzó las playas del Pacífico, en lo que hoy todavía se llama el Golfo de San Miguel, denominándolas «Mar del Sur». Le siguió Pedrarias Dávila, quien por medio de su capitán Francisco Pizarro, conquistador del Perú, arrestó a Balboa y le decapitó en 1517.
A Pedrarias, sanguinario aventurero, se le atribuyeron las horribles matanzas de los indígenas del Istmo quienes fueron diezmados. De los 250,000 indígenas que había en todo el territorio en 1501, quedaron 25,000 en 1520. Debe aclararse que buena parte del genocidio se debió a las enfermedades infecciosas traídas por los españoles, para las cuales los nativos no tenían inmunidad alguna.
La mano criminal de Pedrarias fue de tal magnitud que se ha preferido llamarle Pedrarias en vez de Pedro Arias Dávila ya que varias familias panameñas de abolengo tienen el apellido Arias.
Panamá se convirtió así, durante siglos, en un territorio de inmigrantes quienes nos trajeron sus ritos, sus costumbres, su cultura pero también sus enfermedades. Muchos de los indígenas muertos fueron también inmigrantes provenientes de Centro América y del Sur.
Incluso los Cunas colonizaron sus islas en los siglos XVII y XVIII y no antes. Los Chocoes migraron hacia el Chagres, y todavía lo hacían durante todo el siglo pasado. De ahí tenemos que el Istmo de Panamá ha sido perennemente una zona de migración de europeos, asiáticos, antillanos y también de indígenas vecinos que proceden de Nicaragua (los indios mosquitos), de Talamanca, del Chocó y hasta del Perú. De un número de poco más de 800 indígenas del área central de Panamá (entre Chepo y Chame) más de 500 vinieron del exterior.
Todas las ciudades importantes de Panamá fueron puertos: Panamá, Colón, Portobelo, Santa María la Antigua, Nombre de Dios… Varias de ellas creadas en ciénagas y pantanos a nivel del mar, los sitios más insalubres. Adviértase que en México, Guatemala, Salvador, Honduras, Costa Rica, Colombia y Ecuador fueron sus capitales creadas en áreas elevadas, montañosas, de excelente clima y a donde no alcanzaban a llegar los mosquitos del paludismo ni la fiebre amarilla.
Posteriormente, las crisis y los desastres naturales atacaron fuertemente las ciudades panameñas: sismos, inundaciones, incendios, epidemias y las incursiones por piratas como Morgan en el siglo XVII, y Vernon, en Portobelo, en el siglo XVIII. Este último ataque dio al traste con las famosas ferias.
Epidemias de viruela se constataron en 1620; fiebres malignas, en 1624; tifus, en la misma década y epidemias múltiples afectaron a los indígenas en diversos parajes. A pesar de construirse en la playa la vieja ciudad de Panamá, sufrió sismos que destruyeron múltiples casas de madera. Los incendios espantosos causaron estragos en Panamá. En 1538, a menos de 20 años de fundada la ciudad de Panamá, se propagó un gran incendio que destruyó buena parte de la misma y luego la ciudad fue arrasada del todo en 1671 por el pirata Morgan, uno de los más sanguinarios de los piratas ingleses quien muy posteriormente ha sido admirado como aventurero legendario por autores anglosajones como el premio nobel John Steinberk, en su obra «The Cup of Gold», publicada en 1929.
Alexandre de Exquemelin, médico cirujano del pirata Morgan escribió al día siguiente de la destrucción de Panamá:
«Cuando comenzaron de nuevo a marchar, los gritos de voces quejumbrosas se redoblaron, de tal suerte que era lastimosa cosa y digna de piedad oír tales gemidos, pero a Morgan, hombre sin compasión, estas cosas le proporcionaban especial regocijo».
«Morgan no perdonaba a nadie, porque a las religiosas eran a quienes menos cuartel concedía”.
Los incendios en la capital nueva también fueron frecuentes y devastadores. Mariano Arosemena nos relata sobre el grave incendio de 1737 que quemó 600 de las 911 casas que tenía entonces la ciudad. En 1756 se quemó un tercio de la ciudad, y en 1781 ardió una cuarta parte de la nueva urbe.
Todos estos desastres no permitieron un desarrollo apropiado para la ciudad capital.
Panamá la Vieja en su fundación, en 1519, tuvo 100 habitantes. Para 1670 había 10,000 habitantes. La nueva ciudad, entre 1672 y 1900, solamente alcanzó los 20,000 habitantes. Pero al reducirse los siniestros, mejorar la higiene y acentuarse la inmigración, la ciudad alcanzó a tener en 1920 cerca de 60,000 citadinos, progresando notoriamente en sus dos componentes, la ciudad «de adentro» o San Felipe, y la ciudad «de afuera» o arrabal o Santana.
Los golpes naturales severos continuaron en Panamá durante las últimas décadas del siglo XIX y no solamente fueron infecciones. En septiembre de 1882, un severo sismo causó grandes daños en La Chorrera y en los campamentos canaleros de Emperador, Gatún y Matachín. Este desastre conmovió a todos ya que se consideraba que el área sísmica era de Centro América y no de Panamá. Brotes de viruela, tifus, cólera y fiebre amarilla se presentaron al culminar las exploraciones en el Istmo para determinar la ruta de un canal, particularmente, en los puertos del Pacífico donde llegaban los navíos de Asia. Todo esto comprueba que lo endémico en la ciudad era importancia menor y las crisis epidémicas eran causadas por las inmigraciones.
En 1881, hubo epidemias de cólera y viruela en Santiago de Veraguas, Panamá y Colón. De ahí se desarrolló un intenso programa de vacunación en contra de la viruela en virtud de que, desde 1796, Edward Jenner había demostrado la efectividad de la vacuna en contra de este azote que anteriormente mataba a una de cada cuatro personas infectadas y era contraída por entre el 90 al 95% de la población.
En ese mismo año fue que el Dr. Carlos Fínlay presentó su trabajo sobre la transmisión de la fiebre amarilla por el mosquito. Finlay fue la simiente creadora; Gorgas fue el fruto bienhechor de la acción. Posteriormente, Walter Reed dirigió los estudios en Cuba, con Gorgas, Agramonte, Carroll, Carter, el mártir Lazear y el Comandante Ronald Ross. Este último y Reed fueron galardonados con el Premio Nobel, pero ambos lo habían solicitado para Finlay.
Una de las primeras defunciones de personalidades del Canal Francés fue la del médico Rambow, proveniente de la Universidad de París, muerto en 1881, el mismo año que la compañía francesa contrató al arquitecto Próspero Huerme para diseñar el Hospital del Cerro Ancón. La mortalidad era tal, según el célebre Bunau-Varilla, que por falta de ataúdes los cuerpos se envolvían en sábanas y se depositaban en fosas comunes y la falta de camas en el hospital hizo que se colocaran en ataúdes a quienes estaban en situación agónica para dar paso a una cama libre. También, fue usual ¡el alquiler de ataúdes solamente para el acto mortuorio!
En la Gaceta del Estado de Panamá se recogían los informes de las defunciones en Panamá y Colón. En 1883 apareció en la Gaceta, como causa de muerte:
«enfermedades de las vías respiratorias, como tisis, pulmonía y bronquitis; fiebres perniciosas, como fiebre amarilla y tifoidea; y enfermedades del estómago, como diarrea”.
La mayor cantidad de muertes fue por fiebre amarilla y las autoridades sabiamente señalaron que las malas condiciones higiénicas eran la causa principal.
Las defunciones en la ciudad de Panamá en 1885 fueron 1772 y el número mayor fue en el mes de febrero, con 183 muertos. Las causas fueron fiebre amarilla, viruela, malaria, beriberi, intoxicaciones, mordeduras de serpientes y enfermedades venéreas. En 1886 murieron muchos de los más connotados dirigentes del Canal Francés, como León Boyer, Henri Ducret y Luis Lauchon.
En los tres primeros meses de 1887 hubo 900 casos de viruela pero solamente murieron 23. La compañía francesa del Canal de Panamá pudo obtener los más connotados ingenieros y médicos para su empresa y éstos fueron la crema de los profesionales parisinos. El prestigio extraordinario del Conde De Lesseps hizo esto posible.
Desgraciadamente, los conocimientos médicos no se equiparaban en ese momento histórico a la alta alcurnia de dichos expertos.
En 1887 el gobierno dicta medidas preventivas en torno a la salud pública: «Todos los dueños de casas de la ciudad están obligados a construir excusados en sus respectivos edificios, de acuerdo con las reglas, así como también las cañerías que comuniquen con el caño público inmediato».
El mismo año el Dr. Mateo Iturralde escribe: «La falla de agua potable y la ausencia de un acueducto hace urgente obtener agua para consumo humano en la ciudad. El mar puede suministramos agua para uso secundario y podría colocarse un tanque en Santana para que con el desnivel necesario se distribuya en donde se necesite por medio de cañerías con válvulas».
En esa misma década, Belisario Porras documenta:
«La compañía (del Canal Francés) construyó lindas residencias y hermosas avenidas pero no conocían nada en torno a la sanidad tropical».
«Es costumbre pasearse en los alrededores de la ciudad con un pañuelo en la nariz para evitar los malos olores y a cada momento se encuentra uno con amigos que van apresurados para su casa con escalofríos por paludismo u otra fiebre perniciosa. En cada calle se hay varias personas vestidas de negro, con las señales de tristeza y desesperación por la muerte de un ser querido».
La falta de agua potable y de alcantarillados se creía era la causa primordial del desaseo y las tantas epidemias, pero hubo intentos serios de remediar la situación mucho antes de iniciarse la República.
En 1881 se celebró un contrato con el ingeniero panameño Pedro J. Sosa y en 1887 se creó una compañía solamente con el fin de hacer un acueducto en la ciudad de Panamá pero ambas empresas no progresaron.
En 1885 Nelson y luego Camacho escribieron que a pesar del esfuerzo millonario de los franceses en salud pública, desconocían como erradicar la fiebre amarilla. Durante esta época se radicó en la isla de Taboga el célebre pintor francés Paul Gauguin quien vino al país como jornalero del canal y a pesar de que fue multado por las autoridades colombianas por orinar en las calles, se quejó de la anarquía que prevalecía en la ciudad y el desaseo rampante de la ciudad. En Taboga pintó los famosísimos óleos de los tamarindos de la isla, que todavía crecen frente a la playa.
El fracaso francés no solamente se debió a las epidemias y su desconocimiento de la transmisión de enfermedades por el mosquito sino a factores variados de tipo administrativo y financiero. Mucho se habló del despilfarro como la compra de miles de palas para nieve; de barcos repletos de mercancía innecesaria que arribaban a los puertos; del sinnúmero de antorchas y de botes a motor preparados para la celebración de la inauguración del canal; de onerosos gastos como las casas del administrador DingIe: la de la ciudad de Panamá, a un costo de $100,000, y la de campo, a $150,000.
El mimo Dingle tenía un salario de $50,000 anual y sus viáticos diarios eran de $50.00, que para esa época serían dignos de un emperador.
El nombre que sirvió de puente para enlazar los siglos XIX y XX en la Salud Pública de Panamá fue el Dr. Manuel Amador Guerrero, el primer presidente de la República en 1904.
Portentoso médico y político, nunca dejó sus afanes en la profesión. Fue Director Médico del Ferrocarril de Panamá, y en 1878, como presidente de la Junta de Salud Pública del Estado de Panamá, informó sobre tul foco de viruela en los arrabales que había sido controlado y anotó:
«Es imperdonable el estado de desaseo en que se encuentran los patios de los arrabales; allí se crían aves, palos, gallinas y marranos con la costumbre de acumular la basura en los solares abandonados. Los caños de desague de la ciudad están casi todos rotos, tupidos de basura y de desperdicios y son en buena parte causantes de los olores nauseabundos más que todo por la noche. Es preciso castigar severamente a quienes ensucien las calles, solares y playas».
La independencia en 1903, encuentra al país en una situación desesperada. La Guerra de los Dos Mil Días, lucha civil cruenta entre liberales y conservadores dejó un saldo de insalubridad, pobreza y apatía severas. Como se ha dicho, los franceses habían logrado algo en la higiene, pero se mantenían las epidemias y las muertes. Uno de los grandes médicos con que se contó en esta época fue Luis de Roux, prócer, convencional de Panamá, quien en los inicios de 1903 predijo, en Bogotá, la separación de Panamá de Colombia.
El presidente Teddy Roosevelt fue, sin duda, el más vinculado con todo lo relacionado con la construcción del canal. Fue presidente de 1901 a 1905 y luego de 1905 a 1909 y el primer mandatario norteamericano que visitó otro país. Decidió, con Stevens y Taft, construir un canal con esclusas y hasta llegó el presidente Roosevelt a manejar las gigantescas dragas a vapor cuando visitó el Istmo.
Pero fue sin duda William Howard Taft quien impresionó más a los panameños y más influjo ejerció sobre la construcción de la vía, sus aspectos legales y su sanidad. Taft visitó Panamá antes de ser presidente, como Secretario de Guerra, en 1901, después en 1905 y finalmente como Presidente en 1912, año en el cual arriba con su esposa enferma, a Cristóbal, el día de Navidad.
Taft hizo posible la adquisición de todas las acciones del ferrocarril transístmico para su gobierno y como Inspector Director de la Comisión del Canal, redujo las tarifas aduaneras, limitó las importaciones a la Zona del Canal, permitió que circulara el dólar como moneda nacional, estableció la cuantía de los peajes, construyó la carretera hasta Las Sabanas y abrió las puertas de los hospitales canaleros a los panameños.
William Crawford Gorgas (1854-1920) arribó al Istmo como Jefe de Sanidad en 1904, después de una larga experiencia en Cuba, donde el médico cubano Carlos Finlay ya había descubierto la transmisión de la fiebre amarilla por el mosquito Stegomya fasciata (ahora Aedes aegypti).
Gorgas trajo consigo un equipo de expertos que dirigieron la sanidad en la franja canalera: el doctor Ross, director de los hospitales; el doctor Carter, jefe de cuarentena de Salud Pública de la Marina; el doctor La Garde, director del Hospital del Cerro; el doctor Spratling, director del Hospital de Colón; el doctor Le Prince, inspector y jefe de Sanidad de la Zona del Canal; el doctor Balch, oficial de sanidad, y otros muchos.
La construcción de alcantarillas y desagües, la erradicación de las aguas estancadas, la fumigación de barrios enteros, la limpieza estricta, el uso abundante de piretro, con cuadrillas dirigidas por un inspector en cada distrito y el apoyo de varios médicos panameños culminó en la erradicación de la fiebre amarilla en 1905 y de la malaria poco después.
El equipo de Gorgas también organizó la potabilización del agua para la ciudad capital, aumentó la capacidad del hospital del Cerro a 1500 camas, los hospitales (del ferrocarril y de la compaflia del canal) de Colón a 300. Se instalaron 20 hospitales distritoriales y 40 hospitales de campaña, se habilitó un sanatorio en la isla de Taboga, se creó un hospital psiquiátrico en Corozal que recibió pacientes de todo el territorio nacional y se trasladó a los leprosos a un bello paraje en la orilla del mar, el llamado Palo Seco.
Los norteamericanos también reglamentaron la recolección de la basura, el servicio de los mataderos, los mercados, las lecherías, las barberías, las carnicerías. Controlaron la alimentación, el agua potable y los entierros.
Por convenio con el nuevo gobierno panameño, Estados Unidos dirigía la Salud Pública en Panamá; incluso dirigía el viejo Hospital Santo Tomás, donde se nombró como Director Médico al Dr. Pedro De Obarrio, de nacionalidad norteamericana, y posteriormente, a los doctores Cadwell, Pierce y Bocock.
Dada esta situación, el idioma oficial en éstos era el inglés; de allí viene el llamar a las enfermeras panameñas «miss» o «norsas» (de «nurse»), términos solamente usados en Panamá.
Las medidas adoptadas por los norteamericanos para la sanidad del Istmo fueron estrictas y hubo mucho antagonismo de parte de la población. El mismo Dr. Belisario Porras hizo un relato de la crítica de muchos durante las fumigaciones. Igualmente, Gorgas refirió cómo la limpieza alrededor del Hospital Ancón parecía a muchos obra de vándalos, en la que “los incultos norteamericanos” erradicaban los jardines artísticos y floridos.
Posteriormente, indicó Gorgas, todas las plantas fueron restituidas con el cuidado de no crear fuentes de proliferación de larvas.
En 1905, las muertes anuales en la Zona del Canal fueron de 25 por cada mil defunciones; ese mismo año fueron informadas en El Cairo, 38 por mil, en Moscú 27.6, por mil y en Dublín 23.3 por mil.
En agosto de 1905, había 12,000 obreros en el Canal de Panamá y solamente 301 fueron hospitalizados, una proporción no muy dispar con la de las ciudades de países industrializados.
En 1912 el viejo Hospital Santo Tomás, de la plaza Amador, tenía como director al Dr. Cadwell; como cirujano jefe, al Dr. Augusto Samuel Boyd; como cirujano, al Dr. Alfonso Preciado; como médico partero, al Dr. Ciro Urriola (curiosamente en años posteriores el Dr. Urriola y el Dr. Boyd ocuparon la presidencia de la República); como asistentes, a los doctores Jolmtson, Weese, Prather y Massemberg y a los doctores Nicolás A. Solano y Enrique Solano, como médicos del dispensario, con cuatro horas diarias cada día.
El hospital tenía 350 camas y su maternidad, 40. Trabajaban en él 15 enfermeras y el hospital poseía una máquina de rayos X que había sido adquirida por 1400 dólares. El costo por paciente era de 66 centavos diarios; el cirujano jefe devengaba salario de 250 dólares; el interno 125 dólares; la enfermera, 60 dólares y los empleados de aseo, 15 dólares al mes.
Hubo, desde un inicio, sala para presos, para cirugía de hombres y de mujeres, para tuberculosos, para medicina de hombres y de mujeres, y para enfermedades venéreas de hombres y mujeres.
Para esta época del siglo ya se había derrotado la teoría prevalente de las miasmas que trataban de explicar las epidemias. Según Gorgas los franceses perdieron, entre 1881 y 1889, 22 mil 189 trabajadores, de los cuales 1,206 fueron por fiebre amarilla y 1,368 fueron por malaria sobre un tótal de 5,518 muertes en los hospitales.
Durante la década comprendida entre 1904 y 1914 las cifras de muertes fueron de 6,630. El mismo Gorgas calculó, para el periodo francés, los enfermos como 333 por cada mil trabajadores, comparados con 23 por cada mil hacia el año de 1906.
Las víctimas fueron 200 por cada mil trabajadores del Canal Francés y 17 por cada mil del Canal Americano y el Coronel Gorgas calculó que las innovadoras medidas sanitarias evitaron la pérdida de 71,370 vidas durante la década de construcción.
La descripción más acertada del Hospital Ancón se dio en 1908 por la Oficina de Salubridad Norteamericana (Chavez Carballo, E. El hospital Ancón durante la construcción del Canal, Revista Cultural Lotería, julio-agosto 2001):
«La mayoría de los 96 edificios están hechos de madera y protegidos por cedazo. De estos, 18 sirven para albergar a los empleados casados, cuatro a las enfermeras, uno más amplio para los solteros y 32 de los edificios sirven para 47 salas de enfermos. También hay una capilla católica y una casa cural adyacente.
Las 47 salas están divididas en la forma siguiente: 16 para medicina interna, ocho para cirugía, tres para otorrinolaringología, una para casos tuberculoso, una para casos de aislamientos y 11 para casos psiquiátricos. Cada sala está dividida en dos secciones separadas por una cocina, un comedor, un cuarto para ropa de cama y un cuarto para efectos personales.
Cada sala está provista de lavabos, armarios, duchas y tinas. La sala para tuberculosos está en un edificio de dos pisos con capacidad para 25 enfermos y cuatro cuartos privados para casos especiales. El edificio de aislamiento está separado y tiene seis cuartos particulares y dos salas más pequeñas con baño, ropa de cama y una cocina para preparar las dietas.
En un cuarto más pequeño, al lado, está la morgue, con un cuarto especial para esterilizar toda la ropa contaminada. La sala de operaciones tiene un suelo de concreto y una superficie de 1,500 pies cuadrados (140 metros cuadrados); está ampliamente iluminada de ambos lados y desde el cielo raso.
El equipo se consideraba enteramente moderno y completo y consistía de una mesa de operaciones, cajas para instrumentos, vendas y soluciones, y fregaderos esmaltados. En el mismo edificio estaba la oficina para el cirujano, un cuarto par vendajes, un cuarto para esterilización conectado a una planta de vapor, dos esterilizadoras para instrumentos y vendas, con tanques para condensar agua, un cuarto para anestesia, y armarios para vendas y equipos quirúrgicos.
Para facilitar las operaciones nocturnas en casos de emergencia, el quirófano estaba provisto con luces eléctricas especiales, luces estacionarias de 16 candelas y luces portátiles con reflectores. Cerca de la sala de operaciones estaba un edificio que contenía la biblioteca con libros de referencia y muchas de las revistas médicas de actualidad, oficinas de consulta, salas de espera, oficina para el capellán residente y el laboratorio de rayos X.
Las viviendas para las enfermeras estaban en cuatro edificios con dormitorios, cuartos para lectura, dos cuartos recreativos grandes y una biblioteca. Cada edificio está provisto de lavabo y baños modernos. Una sala de seis camas en otro edificio pequeño está reservada para enfermeras indispuestas. La cocina principal está provista con una estufa grande, una esterilizadora en donde se prepara todo el agua que usa el hospital y un aparato para cocinar al vapor que incluye cafeteras y ollas para sopas y verduras. La nevera tiene una capacidad de tres mil libras de hielo y un área de almacenamiento de 50 pies cuadrados para mantener una provisión fresca de carne, mantequilla y huevos, en caso de que se necesitara de emergencia. Las provisiones corrientes se distribuían tres veces al mes, mientras que las provisiones que requerían almacenamiento frío se recibían diariamente. Una lechería de 54 vacas suministraba 130 galonesde leche diariamente a un precio neto de 32 centavos por galón. El gallinero tenía aproximadamente 2000 aves.
La lavandería estaba bien equipada, con maquinaria moderna. Además, tenía una esterilizadora grande a vapor para colchones, almohadas y otros artículos que no podían esterilizarse por medios ordinarios. El vapor para la máquina esterilizadora provenía de una máquina central. El número de piezas procesadas por la lavandería alcanzaba un promedio de 165 mil mensuales. El cuerpo de trabajadores consistía de un supervisor y ochenta empleados. El sistema de agua consistía de agua de superficie almacenada en reservorios y bombeada a una planta filtradora desde donde seguía su distribución general.
Ningún camino o trillo cruzaba la cuenca como precaución para que no hubiera contaminación del abastecimiento de agua. Toda esta área estaba marcada con anuncios y era patrullada frecuentemente por la policía para evitar cualquier traspaso”.
En 1913, este hospital era considerado de los más completos y modernos del continente y se estableció adiestramiento riguroso para el personal médico y formación de especialistas que contribuyó a subir el nivel de calidad de la medicina en Panamá.
El hospital llegó a tener capacidad para 1,300 pacientes aunque el promedio diario era de 900. Gorgas calculó que el costo por paciente cada día era de 1 dólar con 54 centavos, pero que si todas las camas estuviesen ocupadas, este se reduciría a un dólar.
Un gran investigador que trabajó con Gorgas en el Hospital Ancón fue Samuel T. Darling, descubridor de la histoplasmosis en el año 1906, y en el año 1910, del mosquito Anopheles albimanus, como único trasmisor de la malaria, en el período entre el día noveno y el día duodécimo de inoculación.
Se dice que el trabajo de Gorgas hubiera sido casi imposible sin la base científica proporcionada por Darling, quien además era un infatigable científico y, como ejemplo se cita, en el año de 1907, un total de 562 autopsias casi todas ejecutadas por él mismo (Chávez Carballo).
En 1914, ya había directores médicos regionales. Así tenemos que el directivo de Salud Pública de la Secretaría de Fomento, el Dr. M. González Revilla, escribió desde Chiriquí:
«la mayor parte de los habitantes no buscan al médico cuando están enfermos. Lo más frecuente es el paludismo, el sarampión, la varicela, la escarlatina y la pulmonía; y en niños la gastroenteritis, la tuberculosis, la disentería y la uncinariasis (padecida por 30% de la población)» .
El Dr. Lisando Porras, de Colón, indicó que lo más frecuente es la anemia tropical, la clorosis, el beriberi, el paludismo y las parálisis.
El Dr. M. B. Moreno, de Los Santos, reveló como lo usual la caquexia paludosa, la viruela y las muertes violentas a causa de la ebriedad.
El Dr. P. L. Reniglio, de Coclé, señaló como lo frecuente a la pleuresía, la neumonía, las fiebres eruptivas, el paludismo y la tuberculosis.
También de Coclé, el Dr. M. J. Rojas indicó como problemas a las diarreas (llamadas mayo), las corizas, la bronquitis y la neumonía.
El nuevo Hospital Santo Tomás fue inaugurado por el Dr. Belisario Porras el primero de diciembre de 1924•y su superintendente fue el Dr. Alfonso Preciado, eminente médico panameño. Esta gran obra fue calificada como «El Elefante Blanco» por considerarse demasiado majestuosa, pero pronto se determinó que la edificación de Porras era del tamaño necesario para los años futuros.
Al año siguiente, en la misma área de El Hatillo, en el barrio de La Exposición y atrás del Hospital Santo Tomás, el Dr. Octavio Méndez Pereira hizo construir el edificio para la Escuela de Medicina, el cual no pudo adelantarse por razones financieras y fue ocupado por el Laboratorio Conmemorativo Gorgas. Poco después se hicieron los hospitales de Soná y de Aguadulce; en la década de los 30 se construyeron los hospitales de Chitré, Las tablas, Santiago, David y Bocas del Toro; lo mismo que el Hospital Psiquiátrico Nacional, también llamado Matías Hernández.
En 1941, bajo la presidencia del Dr. Arnulfo Arias Madrid, se fundó la Caja de Seguro Social, ente protector de todos los asalariados del Istmo, y que a partir de entonces se encargaría de brindar atención médica total, jubilaciones y pensiones a todos, en conjunto con la entidad rectora de la salud que fue el Ministerio de Trabajo, Previsión Social y Salud Pública.
A fines de los cuarenta se construyó en La Chorrera el hospital para tuberculosos «Nicolás A. Solano» y en esta misma época se inició la deshospitalización, como nueva orientación salubrista, para crear servicios de promoción y prevención en salud por medio de unidades sanitarias que luego serían los Centros de Salud.
El 9 de agosto de 1951 se fundó la Escuela de Medicina de la Universidad de Panamá, la cual ya había iniciado clases el 21 de mayo de ese año. Nuevamente fue obra de Octavio Méndez Pereira, quien en la alocución inaugural dijo:
«Como puse en la Universidad, al nacer para la vida de nuestra cultura superior, hoy pongo toda mi fe en esta Escuela de Medicina que nace para la regeneración de nuestra raza, por siglos enferma y olvidada.
Que vengan ahora los incrédulos … que vengan a darse cuenta de esta otra utopía hecha realidad. Que vengan para que se convenzan de que con fe, sinceridad, con patriotismo y sin miedo al porvenir, cuando se trata de la educación, se pueden efectuar grandes realizaciones».
El mismo Méndez Pereira, quien había conseguido construir una Escuela de Medicina en 1925, hoy Laboratorio Gorgas, había sido protagonista de la fundación de la Universidad Nacional de Panamá, bajo la presidencia de Harmodio Arias, el 7 de octubre de 1935, y el mismo Méndez Pereira fungió como su primer Rector.
El presidente Ricardo Adolfo de la Guardia, en 1942, la designa Universidad lnteramericana. En el mismo año se crean los movimientos estudiantiles, Federación de Estudiantes de Panamá y la Unión de Estudiantes Universitarios. Poco después adquiere la universidad su nombre actual, Universidad de Panamá.
La Escuela de Medicina fue la primera entidad universitaria que otorgó un doctorado, y su plan de estudios adoptó el modelo norteamericano de educación superior basado en el informe Flexner de 1910, en el cual habría una etapa de cuatro años de pre-medicina y una fase de cuatro años de medicina que equivaldría a un estudio de postgrado. Un busto de Finlay se halla en los jardines de la Facultad de Medicina para recordar a todas las generaciones su imperecedera contribución a la sanidad de Panamá.
Casi 3,000 de los menos de 5,000 médicos que laboran en el país han sido graduados de esta escuela que ha alcanzado un prestigio continental y que siempre pudo tener en su profesorado a los más eminentes profesionales y entre sus alumnos a los dirigentes médicos del Istmo.
Como una muestra de ellos tenemos que el Ministro de Salud, su Viceministro y el Director General del Salud del período presidencial anterior y del actual fueron egresados de la Escuela de Medicina de la Universidad de Panamá. Son los doctores Rivera, Corcione y Montalbán del previo período; y los doctores Gracia, Pinzón y Morales de la actual.
En 1968, con el golpe de Estado, se produjo un cambio significativo en la nación panameña.
En 1969, se creó el Ministerio de Salud, se reorientó la Salud Pública hacia la medicina comunitaria y se establecieron cinco programas básicos en dicho ministerio: Salud Materno Infantil, Salud de Adultos, Saneamiento Ambiental, Administración y Organización, y Educación de la Salud en la Comunidad.
El artífice de estos cambios trascendentes de las políticas de salud panameñas fue el Dr. José Renán Esquivel, ilustre pediatra que con su profunda visión social y humana pudo transformar la función hospitalaria en base a una sectorización comunitaria.
En 1972 se dieron cifras sobre los profesionales de la salud en Panamá, a saber: 5.2 médicos, 6.8 enfermeras, 12.2 auxiliares de enfermería y 1.1 odontólogos por cada 10,000 habitantes. Se habló entonces de escasez de médicos ya que el estricto plan de estudios y la agotadora carrera en la Escuela de Medicina de la Universidad de Panamá no permitía que grandes números de profesionales se graduaran.
Muchos de los aspirantes a la carrera seguían partiendo hacia el exterior para proseguir estudios y algunos consideraron dicha escuela como una entidad elitista y muy exclusiva. A medida que han pasado los lustros se ha tratado de remediar esto con modificaciones al plan de estudio y ampliación de los cupos hasta alcanzar el número de 140 ingresos por semestre en una carrera de seis años de duración. En el mismo año de 1972 se fundó la Clínica Universitaria como dependencia de la Facultad de Medicina, actualmente bajo la dirección del Departamento de Medicina Familiar y Comunitaria, la cual sirve como clínica de promoción, prevención y curación para todos los estamentos universitarios.
En 1973 se promulgó la llamada Integración en Salud que, aún sin reglamentación precisa, ha tratado de conjugar los servicios de salud brindados por la Caja de Seguro Social y el Ministerio de Salud, todavía tema de discusión constante.
En 1962 se había fundado el Hospital General del Seguro Social, al frente de la Facultad de Medicina y éste ha sido participante muy activo en la formación de nuevos médicos y de especialistas para el país. A partir del año 1972, los dos grandes hospitales escuela serían el Hospital Santo Tomás, regido por el Ministerio de Salud y el nuevo Hospital del Seguro Social.
El 29 de diciembre de 1979, en reunión convocada por la Facultad de Medicina y en la cual participaron todos los estamentos médicos nacionales, se presentó la Declaración de Punta Chame, en la cual se oficializa el apoyo del gobierno nacional a la Medicina Familiar Comunitaria como una estrategia de Atención Primaria de Salud para la década del 80.
En 1986 se reabrió la Escuela de Tecnología Médica y el postgrado de Maestría en Salud Pública, que vinieron a llenar un vacío en la formación de profesionales necesarios para el país. De esta manera a partir de esa fecha la Facultad de Medicina contaría de tres escuelas: la Escuela de Medicina, la escuela de Tecnología Médica y la escuela de Salud Pública. Posteriormente, la Facultad de Medicina ha otorgado el aval universitario a los programas de especialización en diversas disciplinas ofrecidas en varios hospitales del Estado.
Además, la Universidad de Panamá a través de la Facultad de Medicina, le otorga el aval para el funcionamiento de nuevas escuelas de medicina privada que abren sus puertas en Panamá: la Universidad Columbus, la Universidad Latina y la extensión privada en Chiriquí.
En cuanto a otros profesionales de la salud, ya desde 1906 se abrió una Escuela de Obstetricia, dirigida inicialmente por el Dr. Julio lcaza y luego por el Dr. Ciro Urriola, experimentado obstetra y dirigente de salud quien además se distinguió como político y llegó a ser presidente de la República.
La Escuela de Enfermería se fundó en 1908, dependiente del Hospital Santo Tomás y en 1913 se inició la graduación de enfermeras panameñas. Debe recordarse que quienes inicialmente cumplieron la misión de enfermería fueron las monjas incorporadas a los hospitales por los franceses, abnegadas y meticulosas con trato particularmente cariñoso a los pacientes pero con escaso conocimiento médico; luego los norteamericanos incorporaron en su lugar un número plural de excelentes profesionales de la enfermería, quienes fueron la base de la educación académica de la enfermería del Istmo.
La impronta de las enfermeras norteamericanas ha sido indeleble y hasta nuestros días se mantiene el cariño y el respeto por estas pioneras de la disciplina de los ángeles blancos.
La Escuela de Enfermería se transformó posteriormente en la Escuela de Enfermería de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Panamá y ésta después se transformó en la Facultad de Enfermería, ambas inicialmente dirigidas por la Dra. Luzmila Arosemena de Illueca.
La medicina privada ha seguido en Panamá el mismo empuje y desarrollo que la estatal. El primer hospital privado se creó por insistencia de los señores Manuel Espinosa B. y Ricardo Arias y se llamó Hospital Panamá, localizado en lo que fue el Hatillo.
Este fue dirigido por los eminentes médicos doctores Hernck, James y Reeder del Hospital Ancón y se mantuvo con excelencia de funcionamiento hasta mediados de la década del 60. Se advierte así que el origen de la Escuela de Enfermería y el primer hospital privado de la ciudad tuvieron como iniciadoras distinguidas enfermeras norteamericanas y eminentes médicos del Norte.
En 1949 se fundó la Clínica San Fernando, el segundo hospital privado de la República el cual ha mantenido un prestigio en la medicina istmeña hasta hoy.
Posteriormente se fundaron la Clínica de Río Abajo en 1969, la Clínica Nacional en 1973, el Centro Médico Paitilla en 1975, el Hospital Santa Fe y el Bellavista en 1984.
Un fenómeno particular en la América Latina ha sido la preponderancia de médicos en altas esferas de la política y cultura de nuestros países. En países anglosajones como los Estados Unidos de América no han descollado los galenos en las lides políticas.
Un firmante del Acta de Independencia de los Estados Unidos fue el Dr. Benjamín Rush, por cierto, uno de los más jóvenes dirigentes de la época, pero ningún presidente de esa nación ha sido médico. En nuestra América India sobresalen mandatarios insignes quienes fueron médicos, como Villeda Morales en Honduras; Calderón Guardia en Costa Rica; Arias Madrid en Panamá; Salvador Allende en Chile y médicos revolucionarios como el argentino Ernesto Guevara.
En Panamá ha habido siete médicos presidentes, de un total de 52 mandatarios de la era republicana. El Dr. Manuel Amador Guerrero, primer presidente constitucional del año 1904 a 1907, médico insigne, experto en fiebre amarilla, y activo promotor de la salubridad toda su vida; ocupó cargos importantes en la esfera médica como Director Médico del Ferrocarril Transístmico y Director de Sanidad.
El Dr. Ciro L. Urriola, presidente en 1918, muy prestigioso médico, dirigente de comisiones de salud y promotor de salud. El eminente cirujano Augusto S. Boyd fue presidente en 1940, después de haber sido Jefe de Cirugía del Hospital Santo Tomás.
El Dr. Daniel Chanis, Director del Hospital Santo Tomás, eminente médico y hombre público panameño, recto y digno como ninguno, fue presidente en 1949.
El Dr. Arnulfo Arias Madrid, tres veces presidente en 1940, 1949 Y 1968; formado como médico en la Universidad de Harvard, posteriormente especializado en cirugía, mantuvo su actividad como cirujano incluso durante sus períodos en la presidencia.
El Dr. Sergio González Ruiz formado como médico en la Universidad de Pennsylvania, de la famosa Liga de Hiedra de los Estados Unidos; eminente cirujano oftalmólogo, político consumado y folklorista, fue presidente en 1961 y 1962.
Su hermano, el Dr. Bernardino González Ruiz, fundador de la Cátedra de Cirugía de la Escuela de Medicina, excelente profesor, primer cirujano vascular del Istmo fue presidente en 1963.
A pesar de Panamá ser istmo tropical, área de tránsito y de migraciones, con sus dos grandes polos de población radicados en las tierras más bajas y pantanosas de la región, su desarrollo en sanidad, con el gran impulso de los norteamericanos, ha sido notable. Los índices de salud de Panamá son los mejores de la región, siempre comparables a los de Chile, Costa Rica y Cuba. En Panamá no existe esquistosomiasis, ni rabia, ni filariasis, ni oncocercosis, ni fiebre amarilla y solamente escasos focos epidémicos de cólera muy aislados.
Los índices de mortalidad y de enfermedades se parecen más a los países del Primer Mundo, en la tercera ola epidemiológica, pero con resabios de la segunda ola. El mundo occidental se adentra en la era de la postmodernidad y Panamá quiere ir a la vanguardia con una nueva visión de la medicina con énfasis en la promoción y prevención, en una medicina bio-psicosocial de la persona humana, en la Atención Primaria de la Salud, por equipos de salud responsables y humanos que han de trabajar con eficacia, efectividad y eficiencia por el bienestar de todos los panameños.
Panamá, marzo del 2002